Fiesta de Muertos en Santa María Acapulco.
Posted by Orquídea Cruz Coria on dic 3, 2013
Por: Hugo Cotonieto Santeliz / Fotos de Norma Alicia García.
En la región pame de la Zona Media potosina la celebración de los muertos es uno de los más importantes referentes de lo que los propios indígenas llaman “el costumbre”: herencia de sus antepasados y sustento de la identidad étnica. En Ciudad del Maíz, Alaquines, La Palma y Santa María Acapulco –además de algunos núcleos pames deQuerétaro y Aquismón; a donde “recién” han migrado– el vínculo de los xi´ói con sus difuntos es muy estrecho, y más aún en el mes de noviembre, cuando los muertos retornan a los ranchos pames a visitar a sus parientes vivos y disfrutar de los banquetes, música y bailes en su honor.
En este caso referimos la celebración de los muertos en Santa María Acapulco, sede política y religiosa de los pames meridionales, en el municipio de Santa Catarina. Vale decir que, si bien existen diferencias lingüísticas (además de una serie de prácticas y concepciones del mundo) entre los pames meridionales de Santa María Acapulco y los pames del norte (Ciudad del Maíz, Alaquines, La Palma), la fiesta de los muertos se realiza bajo el mismo sentido y a lo largo de todo el mes de noviembre.
Santa María Acapulco representa el centro neurálgico de muchos ranchos indígenas distribuidos en un amplio territorio de la Sierra Gorda, que se extiende desde Querétaro hasta formar intermitentes elevaciones con breves planicies donde los pames han sabido permanecer por siglos. En Santa María Acapulco se localiza también uno de los templos católicos más discretos y sui generìs de la empresa franciscana, que por su ubicación se mantuvo por mucho tiempo con cierta autonomía en manos de los indígenas, que aún se hace evidente hoy día.
El pueblo de Santa María Acapulco es un caserío que se distribuye alrededor del templo, las escuelas y las oficinas de las autoridades locales, su población no excede los 500 habitantes, pero la fortaleza que logra se debe en buena medida a la posibilidad de congregar varios cientos de almas de los muchos ranchos indígenas que se distribuyen varios kilómetros a la redonda (unos 6000 habitantes distribuidos en una veintena de ranchos o “barrios”). Bajo este escenario, la vida indígena acapulquense se articula bajo la unidad que se logra para las fiestas, celebraciones y trabajos comunitarios.
La Fiesta de los Muertos es “un costumbre” que se celebra, como se dijo arriba, a lo largo de todo el mes de noviembre. Inicia el primer día de este mes con la ofrenda dirigida a los “angelitos” (aquellos que murieron cuando niños) y cuando la madre o abuela han preparado el atole y comprado pan dulce o galletas, se anuncia con un par de cuetes –que encienden los hombres de la casa– el inicio de la colocación de la ofrenda. Dentro de la casa, sobre una modesta mesa, se coloca un par de velas o veladoras, un vaso de atole, dulces y pan; en las casas donde exista el precedente de un difunto niño se ve a la gente solitaria velando la ofrenda, con algunas pocas visitas de niños que van a recibir aquellos dulces y pan, luego de que el “angelito” los haya degustado (los difuntos disfrutan del aroma y esencia de los alimentos).
Hacia el día 2 de noviembre, en muchos hogares se dispone a levantar una enramada ex profeso para la ocasión, la gente va al monte a cortar ramas de hojas muy verdes para formar el altar donde se colocará la ofrenda, es pues tarea de todos los miembros de la casa que contribuyen de algún modo en el evento. Ya formada la enramada, las mujeres elaboran tamales de masa de maíz con chile rojo y atole de harina, se compra así mismo una buena cantidad de pan dulce, refrescos y velas o veladoras (dependiendo de los recursos de cada hogar, de ahí que algunas sean más modestas que otras; lo que es cierto es el hecho de que anticipadamente se hace una especie de “ahorro” para estas fechas, aunque tal ahorro es en ocasiones categóricamente imposible por las condiciones económicas de la región).
Con la enramada en medio del patio o a la entrada de la casa, ya por la tarde (15-17 hrs.) se comienza a adornar con algunas flores de cempasúchil, los tamales ya se han cocido en el fogón y el atole ha espesado… comienza así la disposición de la ofrenda luego de que retumban los cuetes en la atmósfera.
Es la madre o abuela quien va colocando los alimentos sobre la mesa que está dentro de la enramada, le pueden ayudar sus hijas en esta tarea; se organizan pequeños grupos o “montoncitos” de tamales con un pan dulce y cerca un vaso de refresco y atole, las velas y veladoras terminan por dar el último toque, ya que se encienden “para darles luz a los muertos y que vengan”, dice la gente. Con todos los alimentos en la enramada pasa un tiempo (que es el momento en que los muertos están disfrutando el manjar) mientras las velas se consumen, y justo tras haberse consumido un número determinado de ellas, la mujer se acerca a la enramada que ahora está rodeada de niños que han salido de todas partes, y les reparte esos “montoncitos” de alimento hasta que la mesa queda vacía, los niños van corriendo por la calle con sus bolsas de plástico donde llevan los alimentos acumulados de varias casas.
Al decir que la celebración de los muertos dura todo el mes de noviembre, es porque se acostumbra colocar cada ocho días una ofrenda en la enramada, por ejemplo, iniciando el 1 o 2 de noviembre y luego colocando otra a la siguiente semana (1 y 2, 8 y 9, 29 y 30 de noviembre). De tal modo que con seguridad cada semana alguien habrá puesto ofrenda en su casa, y quienes más disfrutan este hecho son los niños que recorren todo el pueblo hasta altas horas de la noche.
Así sigue el ritmo de ofrendas domésticas en la Pamería acapulquense, pero justo el día 8 de noviembre se manifiesta el carácter colectivo de los xi´ói, ya que es el día de celebración de las “animas solas”, es decir, a los difuntos que no tienen quién les ofrende (ya sea porque su recuerdo se perdió con el tiempo, porque ya no tengan familia quien los ofrende, o bien, porque en el fondo representan lo que en términos locales llaman “los antiguos”).
Este día (8) las autoridades locales despliegan una serie de eventos que ponen de manifiesto la ritualidad y articulación regional. El Gobernador Tradicional junto con el fiscal y el sacristán se organizan para adornar la entrada del templo con ramas verdes,cogollos de sotol y flores de cempasúchil, formando un arco, en esta tarea los miembros de sus familias contribuyen, así como algunos ancianos (del Consejo de ancianos). Por la mañana también se disponen los materiales necesarios para colocar en el centro –al fondo, cerca del altar– mesas en tres niveles con un manto negro, candeleros, dos cruces de madera y un par de petates al frente, en el suelo. Al medio día del 8 de noviembre, el Fiscal, junto con el Gobernador realizan el ritual de “baño a San Goyo”; con solemnidad bajan el “cráneo de San Gregorio” del altar de las Ánimas del Purgatorio, y en una tina de plástico exclusiva para el caso se dan a la tarea de echarle agua encima y de vez en vez tallarlo con los dedos impregnados de jabón en polvo. Es necesario durante la tarea platicar con él en lengua materna (el xi´ói), ya que se le dice que no se enoje, que es para su fiesta, y para evitar que salga brincando al sentir falta de respeto de alguno de ellos.
Tras esta tarea se pone al Chimiú (también llamado así el cráneo) en la mesa cubierta con el manto negro, tras eso se le colocan velas día y noche; es común que algunas personas del pueblo y de ranchos vecinos lleven algunos tamales, velas, galletas y fruta para colocarlos a los pies de San Gregorio (quien se cree es el patrón de los muertos, ya que “es quien lleva las almas de los muertos con Dios”, comenta la gente), así, el Chimú es quien “reparte la ofrenda a todos aquellos que no tienen quién les lleve”, afirma un anciano.
La presencia de “San Goyo” en el altar durante el resto del mes permite que circule un buen número de velas que mantiene el altar iluminado, hasta que finalmente llega el 30 de noviembre, cuando se hace la gran fiesta de los tamales (de ahí el nombre del mes: noviembre=´áoilhyé´e=mes de tamales) y cierra la celebración de los difuntos.
El 29 de noviembre las autoridades disponen frente a la entrada del templo algunas ramas clavadas en el suelo que luego adornan con flores de cempasúchil y velas encendidas toda la noche, las campanas suenan y la música de minuetes congrega a varias personas en la velación. Al siguiente día, “el día de los tamales”, la celebración comienza y por todos lados del pueblo se escuchan cuetes que anuncian el recorrido de los músicos. Es común que el trío de músicos recorran varios hogares para tocar frente al altar, los cantadores hacen lo mismo e incluso puede haber tríos de músicos que vienen de otros ranchos. Después de pasar a una casa, los de ésta se integran a la comitiva que visitará el siguiente altar hasta congregar a un buen número de gente que ha recorrido ya varios hogares. En todas las casas se distribuyen tamales, pan, refresco, cigarros, cerveza y aguardiente, es pues una gran fiesta en todo el pueblo.
Tras el recorrido que hacen los músicos en varios domicilios, de todos los puntos del pueblo se congregan en el templo al caer la tarde (alrededor de las 17 hrs.). Incluso, algunas comitivas arriban a lo largo de toda la tarde al templo con su música de minuetes, y esto porque tienen como costumbre integrarse en la gran celebración del “centro”, Santa María Acapulco. Entonces, los petates son insuficientes para colocar lo que la gente ha llevado: tamales, pan, café, cerveza, refrescos, naranjas, plátanos, camote, elotes y chayotes. Toda le gente permanece en el lugar escuchando los minuetes, los cantos y acompañando al Chimiú. Luego de un buen rato, el Gobernador y el Sacristán distribuyen la ofrenda entre los presentes hasta que nuevamente quedan vacios los petates, la gente comienza poco a poco a retirarse y el sonido de las campanas anuncia “la retirada de los muertos”. Pero es sólo una despedida temporal, ya que se les estará esperando el siguiente año, como se ha venido haciendo desde hace ya mucho tiempo.
La celebración de los muertos culmina cuando toda la gente sale hacia el cementerio, varios días antes los parientes de los difuntos han “chapoleado” (quitado la maleza) y las tumbas ahora están mejor arregladas. La música sigue acompañado a la gente que lleva coronas nuevas de flores de plástico para renovar las que antes tenía la cruz de la tumba; los familiares ayudan a colocar las flores, velas y conviven con el difunto un rato más, hasta que la música se detiene y poco a poco la gente se retira a sus casas, o bien, se reúne en grupos de amigos y familiares en el quiosco del centro del pueblo para escuchar huapangos y música de fiesta para los vivos que se quedan y esperarán a sus difuntos hasta el siguiente año.
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